martes, 16 de octubre de 2007

Distintos intérpretes, la misma película


Cambian las caras, los nombres, las aptitudes y actitudes de sus protagonistas y la supremacía de Peñarol en el duelo de la ciudad con Quilmes sigue inalterable. Cuesta mucho ya ser original a la hora de enfocar el análisis porque en las últimas cuatro temporadas, sólo por Liga Nacional, sin contar Copa Argentina o Súper 8, Peñarol se llevó 13 de 18 clásicos. Y en cinco de ellos le hizo a su archirrival veinte o más puntos de diferencia, con tres victorias por treinta o más. Hay poco que no se haya dicho de semejante dominio.
Pero muy poco hacía imaginar un desenlace tan holgado de este último clásico. Si bien a Peñarol, de ninguna manera, podía caberle el rol de punto porque tiene un plantel rico y armado con miras a cumplir con metas más elevadas que las de su rival. Sin embargo, los de Oscar Sánchez parecían llegar un poquito más firmes en lo colectivo.
La promesa de paridad, empero, duró apenas un puñado de minutos, los primeros del partido. Aquellos en los que Hernando Salles complicó quebrando la línea defensiva de Tato Rodríguez y desnudó problemas defensivos de los de Sergio Hernández.
Una vez que la rotación "milrayitas" salió a escena el partido empezó a decantarse claramente en su favor. Porque los suplentes peñarolenses aseguran otras garantías defensivas, pero no desentonaron para nada en el canasto de enfrente. Y Lucas Picarelli, por caso, fue decisivo con sus corridas y su decisión para romper la primera línea para anotar o descargar. El elevadísimo rendimiento de los relevos de Peñarol fue el primer punto clave de este clásico. Nadie se percató, por caso, que entre Sebastián Rodríguez y Jasper Johnson, que venían de anotar 56 puntos entre ambos en La Bombonerita, le aportaron esta vez nada más que 12 a su equipo.
Quilmes se enfocó defensivamente en tres jugadores peñarolenses: Tato, Johnson y Román González. Le fue bien con los dos primeros y sufrió horrores con el pivote. Pero no podía permitirse perder tan claramente el duelo en las posiciones del 2 y el 3. Erick Rodríguez y Juan Manuel Locatelli establecieron claras diferencias sobre Mark Karcher y Maxi Maciel. Y no sólo ofensivas (33 puntos contra ocho), si no también defensivas. El resultado de ese par de duelos fue igualmente determinante en el resultado del partido, como así también la efectividad de los dos equipos en el tiro de tres puntos: 54% de triples (14/26) contra 12% (3/25).
La restante pata del análisis pasa por el volumen de juego. Peñarol fue un violín, jugó un partido casi perfecto. El "pase extra" del que habla Sergio Hernández con LA CAPITAL (ver aparte) hizo estragos. Sus jugadores se pasaron la pelota casi obsesivamente. Y los buenos tiros llegaron como una consecuencia natural de esa disposición táctico. El elenco "milrayitas" atacó con enorme naturalidad (a favor de la preocupación que generan algunas de sus individualidades, sobre todo Román González) y Quilmes lo hizo todo forzado, contra natura. El número de asistencias colectivas es revelador: 26 a 11 en favor del vencedor.
Esta vez, a diferencia de otras ediciones del clásico, el equipo "tricolor" no se entregó prematuramente. Es más: tal vez otro equipo se hubiera derrumbado ya en el segundo cuarto. Sus jugadores corrieron y se prodigaron. Eso sí, jugaron con muy poca cabeza adelante. Un suicidio ante un rival tan filoso como Peñarol.

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Pasó otro clásico inolvidable para el hincha peñarolense. Lástima que en la cancha lo hayan visto más de mil personas menos que las que hubieran ido en circunstancias normales. La disposición de no vender entradas en el Polideportivo le restó público al gran duelo marplatense. La Policía sigue sumando efectivos en los operativos, pero cada vez se hace cargo de menos cosas. Y los clubes, como en muchos otros aspectos, se siguen perjudicando en lo económico por la inacción del Estado. La cruzada contra la violencia, nominalmente, es de todos. Pero el peso parece recaer nada más que sobre los dirigentes.

Sebastián Arana(Diario La Capital)

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