lunes, 11 de febrero de 2008

Procesión Milrayitas


La cita estaba pactada para las 9,30. Pero, como suele suceder, los hechos que juntan mucha gente, que se organizan para celebrar, no tienen horario. No son puntuales. Son espontáneos. Se dan cuando se dan y así es mejor. La caravana de los campeones de América, iba a terminar 11,30 en la Municipalidad, con la recepción del Intendente Pulti. Pero eran las 12 pasadas y todavía la multitud estaba por Constitución. Eterna bienvenida. Y merecida.

Algunos locos, desde temprano se arrimaron a la rotonda de la Autovía 2 y Constitución para la vigilia. Claro, el amor por la camiseta, que sienten como ninguno, es más fuerte.

Y fueron llegando, lentamente. En auto, en camioneta, en moto, bici o colectivo. Cualquier medio fue transporte para estar ahí.

Banderas, gorros, caras pintadas. Todo color azul y blanco. Color Peñarol. Color campeón de América. Bocinas, cornetas, papelitos.

Mucha gente, cada vez más. Ansiedad también.

Pasadas las nueve y media, se asomó una autobomba por Constitución. Primera explosión del día, cuando todavía no había tanta convocatoria. Amague. El vehículo de los bomberos, se estacionó en la rotonda cuando muchos pensaban que iba a ir a buscar a los jugadores, como sucedió en 2006 en la recepción del campeón del Súper 8 en Neuquén.

Otra vez los nervios, la tensa pero alegre espera. “Ahí vienen”, soltaba uno y todos enloquecían. Pero nada, otro amague.

Y finalmente, el momento más esperado. Por los jugadores, sus familiares y la gente. Cerca de las 10,30, un micro sin techo (similar al que usa Boca en fútbol), preparado para la ocasión, se fue asomando por la Autovía. A lo lejos, se veían banderas, y más autos detrás y al costado.

Claro, la caravana había empezado algunos kilómetros antes. La gente, sin pensarlo y sin paciencia, comenzó a caminar. Fue el inicio de la procesión. Lo hicieron aproximadamente 200 metros y se produjo la comunión de las almas. La primera gran emoción.

Varios jugadores tenían la remera negra que se vio por tele. La de “Campeones” que les dio FIBA Américas. Domingo Robles lloraba y miraba sin poder creerlo. Esa imagen conmovía, pero se teñía de simpatía al verlo con un gorro tradicional mexicano.

Tato, desbordado, no paraba de cantar y filmar. Manu se golpeaba el pecho, buscaba a su nena entre la multitud. Hasta que la encontró. Alma estaba en brazos de su abuelo, mezclada entre la gente. Nico Lauría, un hincha más, promoviendo canciones arriba del micro. Canciones que Román González intentaba seguir, pero que aún no ha aprendido. Tiempo al tiempo. Hernández, asombrado, saludaba. Se reía el DT. Y llego su reconocimiento con el “que de la mano, de Oveja Hernández, todos la vuelta vamos a dar”. Picarelli se reía, saludaba, estaba feliz. Como todos. Marcos Mata se asomaba por debajo de las piernas de Jason Osborne y sacaba la lengua. Estaba contento y lo demostraba. Ale Diez, copa en mano (el trofeo eh), estaba sacado. Gritando, saltando y cantando. Los protagonistas fueron hinchas. Al igual que en 2006, se disfrazaron de aquellos.

Quincy Wadley, ya ídolo, tampoco lo podía creer. Miraba, asombrado, y bailaba al compás de los cantitos.

Postales, flashes, imágenes de la pasión, del sentimiento y de la procesión. Cientos de autos, miles de almas y millones de lágrimas. Kilómetros de emoción. Celebración inolvidable, como el logro obtenido. Como la historia de Peñarol, que se sigue escribiendo en páginas gloriosas.

Y finalmente llegaron

Alrededor de las 13, el micro con los jugadores y la caravana detrás, se asomó en la esquina de Luro e Independencia. Dobló y estacionó en la Municipalidad. Allí se sumó una gran cantidad de gente, hubo cánticos, la fiesta siguió hasta que los jugadores bajaron y entraron en el palacio, para ser saludados y distinguidos por el Intendente de General Pueyrredón, Gustavo Pulti.

Foto: Gentileza Diego Izquierdo.

Bernardo Rolón
www.pickandroll.com.ar

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